viernes, 24 de noviembre de 2017

Solo

Si no puedo sentir la corriente que me lleva ni la cálida brisa del norte a mis espaldas.
Si no puedo escuchar el golpeteo del junquero, los gritos del chajá o el chasquido de los peces a mi paso.
Si me privo del universo de reflejos y aromas que el arroyo me regala.
Solo, si la garza mora no pescara por aquí y las tijetretas y golondrinas no jugaran en lo último de este sol.


Entra mudo el remo en el agua.
Una explosión de vida vestida con el infalible disfraz de la quietud.
Sin sentidos no hay sentido.
Sin sentidos remo solo.

Texto y Fotografía : Héctor Alonso

lunes, 30 de octubre de 2017

El Estante de Arriba

La foto de unos kayaks inuits, la peli de Gordon Brown, todas las “This is the sea”, “Expedición Atalntis”, “Paranada” y el cortometraje de “Rosario Rema”. Un modelo a escala de un kayak, unas  pelotitas para rehabilitación, tres luces de navegación de las que fabrica Aldo y un montón de DVDs del instructivo de canotaje que filmaron los chicos de la isla.

Esas son las cosas que desde siempre están en el estante de arriba de mi biblioteca. O eso creía.



Es tarde, cortaron la luz. Acá en la isla la luz eléctrica se corta a la 3 de la mañana, hay que regular el consumo de combustible y darle un descanso a los generadores. Un farolito para que nada termine y ahí está, o mejor dicho, ahí lo veo.

Todos esos objetos interceptando los rayos de luz y proyectando una única, total y sorprendente imagen en la pared. Sombras chinas con mensaje. Mucho para atribuirle a la casualidad. Mi propio “Holandés Errante” navegando mansamente con la proa hacia el mar. Un buque en mi pared.



Tanto río, tanto mar, tanto bote, tanta agua. La esencia de esas cosas se expresa y sale a jugar en la noche. La sorprendo y me sorprendo, soy cauteloso, no toco nada. Sacarle la vista es imposible. Me acomodo y la contemplo. Espero, y pronto estoy navegando en ese barco fantasma viviendo nuevas aventuras.
Se desvanece el juego en el alba y asisto al momento en el que cada objeto vuelve en sí para reclamar ser usado. 

El alma de las cosas, la materia con alma. Siempre pensé en ese concepto. Siempre intuí que los objetos tienen cierta energía asociada a su propósito final, algo que valida su existencia, un alma si se quiere.
Un viejo gurú decía “la pelotita quiere ir al hoyo, es su propósito,sos vos que la cagás".
Así pues, el hacha quiere cortar y la guitarra sonar, es feliz el remo en el agua y reclama el mate ser cebado.

Me gusta la idea animista, aquella que confiere a todos los seres, objetos y fenómenos naturales un principio vital. Me gusta por primitiva y por poética. Y mucho más me gusta ahora, que solo tengo que esperar a que corten la luz.

Texto y Fotografías: Héctor Alonso

sábado, 14 de octubre de 2017

La Camperita de Mastercard

Ya estaba en el río cuando todos fueron llegando. Si bien sabían que el tipo era  de la zona oeste, de alguna extraña manera, el sentimiento general era que mientras ellos ”iban al Delta” el, por otro lado, “era el Delta”.


Flaco, alto, pelilargo y con su gorrito de santero hindú, pintó aquellas tardes con los colores del río y una infinita cantidad de historias en las que la veracidad no era lo más importante.

Por ese entonces remaba en un Esquimo Expedition, un kayak corto y ancho que todos decían que era una batata y no caminaba nada, claro que después,  eran bien poquitos los se animaban a seguirle el ritmo.
Durante mucho tiempo fue como un capitán espontaneo, lo seguían, la mayoría porque descubría ese “mundo río” de su mano, los otros,  los que ya sabían, para no tener que discutir con él.

Hizo falta una sola olita, una sola en toda la jornada, chiquita, certera, oportunamente inoportuna y con malas intenciones. No resistió el embate la camperita de Mastercad. Al minuto el tipo estaba mojado y cagado de frío, era de noche y el Chaná arriba era más largo que cuando es largo.
El resto del grupo, que ni sabía dónde estaba, maldecía y en silencio se preguntaba hasta donde el pequeño accidente podía convertirse en un problema. Su destino en manos del flaco tembloroso que navegaba al frente.
Remaban sin tertulia, sus linternas apenas si aclaraban unos metros, cada tanto chequeaban el estado de su capitán y hacían algún chiste nervioso, apretado, como para no pensar. Sugerían parar sin saber donde, cambiar la pilcha o encender un fuego. El flaco, orgulloso, no acusaba el golpe, tiritaba, pero no se entregaba y decía que había que seguir. El resto, consciente de su nula autoridad, obedecía y no aflojaba la palada.
Lo que parecía una remada interminable comenzó a disiparse cuando  alcanzaron a ver las luces del Miní. Sin acordarlo verbalmente, como quien ve un oasis, apuraron el ritmo, cruzaron a las chapas y arrimaron a lo de Manolo.  El río estaba bajo, salir de los kayaks y portearlos no iba a ser fácil.



Fue ahí que el flaco claudicó. Seguramente con la tranquilidad de haber llegado, de haber traído a los otros, de saber que su sufrimiento terminaba. Lo ayudaron a bajar del bote y enseguida todos fueron para el dormi.
Entró temblando, eligió una cama, dejó a un lado el místico gorro y se acostó. El lastimoso elástico del colchón cedió hasta prácticamente tocar el suelo y dejó al flaco hundido en un pozo. Se tapó con todo lo que había y le indicó al resto que fuera yendo para el comedor, que él ya los alcanzaba.
Cenaron entre la decoración ecléctica del lugar. Se sacaron el hambre y el frio. Por ahí se acordaron que el flaco no había venido, encararon para el dormitorio y lo encontraron donde lo habían dejado. Decía que no tenía hambre, no importó, calentaron un guiso de lentejas y se lo dieron como a los chicos, cucharada a cucharada, en la boca.

Se levantó a la mañana nuevito, como si nada. Lo único que le dio para decir fue, -¡Que frío anoche!

Para Carlos "el Hippie" Lago, que con su luz nos marco este y muchos otros caminos.

Texto: Héctor Alonso
Fotos: Pablo Rosario / María Paula Pia.

martes, 26 de septiembre de 2017

La Jarra Náutica




Dice Wikipedia, “..la longitud es una magnitud fundamental creada para medir la distancia entre dos puntos.” Y agrega, “…una unidad de longitud es una cantidad estandarizada de longitud definida por convención.”  Y vamos bárbaro. Claro, cuando el hombre se dio cuenta que usar como sistema de referencia las dimensiones del cuerpo humano no venia aclarando mucho el asunto es que homologó las unidades de medida. No cuesta imaginar a los zapateros como los primeros en detectar la falla.
Nació el sistema métrico y de ahí la equivalencia con las otras medidas de longitud. Por estas tierras nos entendemos muy bien en metros, sus múltiplos y submúltiplos. Los navegantes utilizan con igual destreza la milla náutica y saben a ciencia cierta que 1 milla náutica equivale exactamente a 1852 metros, es decir, algo menos de 2 kilómetros.

Hay sin embargo, una tribu kayakera que utiliza un sistema diametralmente distinto, de hecho mide la distancia entre dos puntos según el consumo necesario para cubrirla. Es como si uno considerara que la distancia  entre Capital y Dolores es de unos 18 litros, conociendo de antemano los kilómetros que hay y lo que gasta su automóvil.  
¿Consumo de qué?, preguntará el lector. Consumo de Fernet-Cola. ¿Cómo es eso? ¿De qué sistema de medida estamos hablando? La llamativa medida utilizada por esta tribu resulta de la mezcolanza de unidades de longitud y volumen, es así que esta gente obtiene una medida de consumo que pareciera le es útil para calcular distancias.

La jarra náutica se llama, y es el resultado de la preparación de cierto volumen de Fernet-Cola en una botella plástica con su pico y cono superior convenientemente cercenados a cuchillo. Los filosos bordes resultantes del corte son doblados hacia adentro como medida de protección para los labios del navegante.
El sistema es complejo. Para arrancar, la jarra náutica tiene un volumen impreciso y ligeramente distinto en cada preparación. Podemos arriesgar que anda rondando el litro. Como si esto fuera poco estamos hablando de una unidad de medida variable y ya casi que volvemos a la época en que considerábamos iguales a todos los pies.
Los principales factores de variabilidad de la jarra náutica son: el volumen de la preparación del que ya hemos hablado, la cantidad de navegantes involucrados en la medición y la estación del año en que esta se realiza. 
Ya perdidos en el universo de la incomprensión y tratando de encontrar alguna equivalencia con aquellos sistemas que sin error manejamos el resto de los mortales, pedimos aclaraciones.
Resulta que para una cantidad promedio de 4 navegantes, digamos el 20 de enero (unidad de verano), 1 jarra náutica equivale a 3 kilómetros o 1,62 millas náuticas. Ahora bien, con la misma cantidad de navegantes pero realizando la medición el 15 de julio (unidad de invierno)  resulta ser que la jarra náutica equivale a 6 kilómetros o 3,2 millas náuticas.
He aquí una tabla de conversión y equivalencias que pretende esclarecer el embrollo.





Dice el cacique de esta tribu que el cruce desde el canal Lancha Petrel hasta la isla Martín García en marzo mide casi 2 jarras náuticas pero que se redondea y deja adivinar otro dato muy relevante: ¡la jarra náutica no tiene decimales, señores! Y vaya uno a saber cómo se realiza esa maniobra de redondeo.
Las aclaraciones del líder oscurecen el panorama y disparan más interrogantes. Cuando es necesario aumentar la velocidad de navegación, ¿qué pasa con la medida? Si nuevamente estuviéramos hablando de un automóvil uno diría que la medida (consumo) aumenta, pero, ¿es así en este caso? Nos da la sensación de que no. 
Asegura también que el sistema de medición está vedado a menores de edad, que no es aconsejable para ser utilizado por mujeres en estado de gravidez ni por personas con padecimientos físicos o alergia declarada a alguno de sus componentes.
Siguen las preguntas y, ya cansado el morocho de tanto cuestionamiento, cierra filas, nos manda a cagar y nos trata de idiotas por no entender algo tan fácil.




 Y claro, tiene razón: el manejo de esta medida, como tantas otras cosas en la vida, no puede ni debe ser explicado o traducido a quienes no forman parte de esa comunidad.  Y si no vaya y explíquele a un árabe que no está bien tener tantas minas.
Ahora, si aún así, usted está tentado de utilizar la jarra náutica para saber a qué distancia está de algún lugar, permítanos un breve consejo: navegue con moderación.

Para Ramón Cancina, amigo kayakista de gigante corazón e inventor de “La Jarra Náutica”.

Texto: Héctor Alonso
Fotografías: Paula Pía / Franco Latini / Mayra Alloys / Mariela Ledesma

domingo, 10 de septiembre de 2017

La Morocha

Nos conocimos cuando me vine a vivir a la isla. Ya antes nos habíamos cruzado. La tenía vista de lo de unos amigos y me parece que en alguna fiesta. Recuerdo haberle echado más de una mirada curiosa. La intuía. En esas oportunidades yo creo que ni me registró.
Ya en la isla, y seguramente por las opciones reducidas, la morocha se fijó en mi. Nos vimos en lo de José y Marita varias veces, también algunas noches en la casa del Doctor. Estaban buenos esos encuentros, la sentí mas cerca y me tiré el lance.
Ahora estamos juntos y muy bien, pero fue difícil, tuve que aprender y resultó buena maestra.



Me enseñó que yo puedo estar todo lo apurado que quiera pero que el otro tiene su tiempo y para generar un buen clima hay que saber esperarlo. Que hay que ir de lo chiquito a lo grande, que son las pequeñas cosas las que hacen posible ir por el calor de una relación, y claro, sin giladas, hay poco espacio para la inmadurez.

Si bien detecté rápidamente que Sol(así se llama) es bastante demandante, tardé más de lo debido en comprender que el exceso de atención agobia.

Me mostró que soy un tipo libre y puedo hacer lo que me venga en gana, pero que si me tomo el raje, cuando vuelvo las cosas se enfrían. De ahí aprendí que en algún sentido todos los días empezás de cero, no importa si venís haciendo un campañon, no acumulás mérito, es día con día.

Recuerdo una vez que me mandé una cagada grande, me hice el lindo con una flaca que nos acompañaba y vi con terror como podía lastimarme en público. - No juegues con fuego, me dijo. Y entendí todo. El que te quiere, te cela.

Sé que hay blancas, amarillas y hasta rojas, pero como la morocha no hay. Es de fierro y, si la cuido, siempre va a estar.

Para Sol de Mayo, mi salamandra.

Texto & Foto: Héctor Alonso 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Taco, mujeres y botellas...

Tempranito vino Diego a sacarme de la tapera. Las milanesas de raya, las cervezas y los postres de la noche anterior fueron mágica receta para garantizar un sueño muy parecido al desmayo.

De todos los planes que tenía elegí ninguno. Más que nada por vagancia, dejarme llevar se presentó como la mejor opción. El río y los amigos garantizados, con eso alcanzaba.


“-Tenés que conocer a Taco”, sentenció Diego, y eso selló el plan de la jornada. Levantamos al Poio en su casa y fuimos a comprar algunas bebidas y cigarrillos para mí, una tarea que no fue sencilla en una ciudad que, o goza de muy buena salud, o esconde muy bien sus vicios. 

Ya en la guardería náutica éramos cuatro, Romina, que llegaba en bici se sumaba al grupo. Un poco de nafta a la lancha y a navegar. Río abajo apostamos a un pescadito que no fue, navegamos con muy poca agua y bajo un sol que empezaba a hacerse sentir, fuimos encarando para lo de “Taco”.

Me dicen los chicos que estamos navegando el arroyo Lechiguanas y que la isla que estoy viendo es la isla Charigüe, que el arroyo debe su nombre a unas avispas productoras de miel, y que ya estamos llegando. Amarramos al lado de otra lancha y recién al desembarcar siento el alivio de un fresco reparador, es la silueta de Ramón que me tiende la mano y facilita la maniobra. El grandote me saluda con afecto y mientras me hace sombra caminamos al boliche.

En el quincho, almacén de ramos generales, el viejito estaba atendiendo a unos polis. Los milicos terminaron y se rajaron. En ese momento los chicos lo saludan y Romina nos presenta. El anciano me dice,  “–Soy Taco”, me hace cómplice de una mirada picara hacia Romi y retoma, “-Mujeres y botellas son las dos cosas más bellas.” Todavía estoy disfrutando la frase y remata, “- Pero yo a la botella no le hago”, dejando muy claro su espíritu picaflor. Va del quincho al almacén, con maestría corta algún salame, un queso y un poco de pan. Trae unas cervezas, se arma la picada y comienzo a vivir en el mundo de “Taco”.

Noventa y un años tiene, nació acá. “–Mi mama era rusa y mi padre nutriero”, declara, haciendo una llamativa diferencia entre el origen de su madre y el oficio de su padre, que asumo, seria nativo de la zona.

Taco habla con poesía, ese es su lenguaje. La temática de la charla, y hasta a veces las simples palabras funcionan para él como un disparador de versos, estrofas o frases arrancadas sabia y oportunamente de las páginas de la gauchezca, del tango, y hasta de Cervantes o Quevedo. Les juro,la clava al ángulo. La hace tan bien que la poesía se hace central y así, entre poemas, uno se va enterando de su vida.

Al lado del almacén hay una casita con horno de leña. Un par de veces a la semana hace pan casero y una vez durante el mismo período de ese horno sale una pequeña producción de Pan Dulce que tranquilamente podría competir con el más famoso de todos. Su clientela es de lo más variada y han puesto un pie en este universo desde jueces y cónsules hasta el negro Olmedo.

Miro unas filas de sauces nuevos y Ramón comenta que lo ayudaron todos, que estuvo muy jodido en la última crecida, que Taco se quedó pero que zafó con lo justo. Me quedo pensando que el agua sabía hasta donde llegar, cuando no ir más allá, como preservar ese territorio.

La calandria y el zorzal vuelan sobre nuestras cabezas, se posan tranquilos, cantan y hasta entran al almacén. Allí, en la estantería frente al diminuto mostrador, la fotografía sepia de un prócer con uniforme de gala. Es Taco en el servicio militar, y cuando le pregunto recuerda esa época como la mejor de su vida.  Sería la posibilidad de salir al mundo, la panza llena, las nuevas comodidades, la magra paga, el orgullo nacional? ¿Qué será?


Perderse en su poesía es inevitable. Escucharlo recitar transporta a otros tiempos, otros mundos. Su vida amorosa se va develando entre versos. Una paraguaya le robó el corazón, una brasilera lo hizo vibrar y sospecho el entrevero con una vecina con fama de colifa. 

Los envases vacíos y la picada extinta anuncian que hay que partir, le pedimos la cuenta y agregamos unos pan dulces para llevar. Entre versos y el canto de un pepitero gris me despido de este adorable personaje. La tarde seguiría genial y la noche ni les cuento, pero, en algún sentido, el día estaba hecho.

Texto y Fotografía: Héctor Alonso
Edición Fotográfica: María Paula Pia

domingo, 3 de septiembre de 2017

El Guisandero

Una operación culinaria en las que se cuecen alimentos y relaciones, los primeros en un medio semigraso después de haber sido  rehogados, las últimas alrededor de un festín de colores, olores y sabores.





La buseca, el locro, el mondongo, el osobuco, el puchero, como quieras, con lo que quieras todo es el guiso. 

Diferentes los ingredientes, diferentes los comensales, cada guiso es diferente y único, irrepetible y efímero. Pero a la vez, en algún lugar, solo hay un guiso.





Para Jorge “Toto” Soria, el "Ruperto de Nola" de las tribus kayakistas.



Ruperto de Nola: Cocinero de la corte española en el año 1525 y autor de “El libro de los guisados”.



Textos: Héctor D.Alonso 

Fotos: María Paula Pia.