Llegaba la tribu a
tierra firme. La jornada había sido muy dura, venían de otras parecidas pero no iguales. En los rostros de
algunos, aún con la máscara que el cansancio sabe dibujar, se adivinaba una
expresión única y hasta inexplicable. Se miraban.
Pronto descubrieron
que otras tribus estaban allí, no las
conocían. Lo primero que observaron fue que en muchos estaba esa misma mirada.
Compartieron,
rieron, aprendieron, enseñaron y se emocionaron. En esa gigantesca isla de roca
y con la luna de testigo, en algún sentido, se sintieron iguales. Sus ojos lo
decían.
Pasaron momentos
únicos, querían volver a ver esas miradas, por ello pactaron repetir el
encuentro. La siguiente luna llena, pasado el equinoccio de primavera, los
volvería a encontrar allí. Si la suerte no era esquiva, se volverían a ver.
Vinieron más de esas
lunas y más tribus fueron llegando a la cita. La cita fue un ritual.
Volver a esas
miradas únicas que solo pueden ver los que allí arriban, miradas que los
igualan, que los hacen uno, que encuentran resumir toda la felicidad, todo el
cansancio, toda la risa, toda la lágrima, todo lo importante y todo lo superfluo.
Volver a esas
miradas y hacerlas talismán.
Fotografía y texto: Héctor Alonso
Fotografía y texto: Héctor Alonso